Alerto, me, te... sobre la finita razón
de todos los cielos con o sin semillas.
Busco como antes pero con
mucho más coraje por los lugares que pensé no volver, especialmente en aquellos
que regaron mi ser de felicidad.
Estoy desmenuzando el arte
con mi paciencia, en todas las notas que emprendí cuando solo pensaba en
fusionarla.
Persigo todo lo que puedo
para sumar la razón de mis pecados a los prósperos, y más perversos... amo el
corazón de todo.
Camino bajito, sin alterar
/ te, con el arte, sin saludar al sol, ocultándome de las cofradías sedientas
de mí.
Golpeo así...las manos
contra las manos, iniciando la guerra de las huellas, fabricando la circulación
atrofiada de lo que tropieza adentro, en la carne, más profunda de mí ser...
Hubo un momento, hubo un
lugar y una cena.
Tuve marido y mujer,
fortalezas, dinero y peleas por el café.
Existieron (hijos) que no
supieron llamarse (hijos), ni ganaron ser padres (justo iguales a mí).
Mascotas, plantas,
silencios, abrazos, lluvias prolongadas, risas, carcajadas, angustia.
Se supo que limpiar, que
crear, y a quien creer.
El límite del ítem, y la
tilde.
La mentira, la perfección y
el suplicio encontrado en otros.
El exilio y la guerra
contra los insectos más perversos que vagaban por los tablones de la cocina añeja.
El Piazzolla jubilado de mi rutina, y la querella
por darlo a conocer...
Hubo lo que tuvo que haber,
para que hoy sepa sentirme entre algodones en un carro de hierros candentes.
Pablo Barnabá
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